Enamorarse en el Camino – parte primera
Hacía meses ya que hablábamos y compartíamos sobre el viaje. Había llegado a su blog por un post en las redes sociales: sus palabras me habían cautivado, su viaje me había apasionado, y pronto encontré en él a un amigo virtual con quien empecé a compartir mis dilemas y ansiedades en la ruta.
Cordobés un año menor que yo, Joel había dejado su puesto de trabajo en Buenos Aires pocos meses antes que yo dejara el mío en Bratislava. Había salido de la capital argentina y había empezado su viaje a dedo en dirección norte. Él estaba subiendo hacia Brasil, yo estaba bajando hacia Chile. Las estafas a mano de Santander Río lo obligaron a regresar a Buenos Aires, y un parásito agarrado en el estado brasileño de Rio Grande do Sul hizo que se quedara más de lo esperado, el tiempo suficiente para que de repente nuestros caminos tan opuestos se acercaran. Yo estaba recorriendo las misiones jesuitas en Argentina: ¿tenía ganas de cruzar a Brasil y conocerlo?
Me preparé a pasar la frontera a dedo con la misma organización que había reservado a todo mi viaje: una preparación inexistente mezclada al eterno optimismo de que todo iba a salir bien. Abrí Google Maps y busqué cómo llegar de San Ignácio a Santo Ângelo, 217 km para poco menos de tres horas y media de ruta que incluían cruzar en balsa la frontera natural marcada por el río Uruguay. Con mi inexperiencia unida a la confianza de que todo iba a ir bien, calculé que si salía temprano de Misiones, podía llegar a destino en la tarde. Le dije a Joel que nos veríamos a las 16 en punto en la puerta de la catedral.
En mi primer “dedo largo” cometí todos los errores que hubiese podido cometer: nada más llegué a la ruta principal, empecé a caminar hacia la gasolinera más cercana, sacando el dedo sin parar de caminar, en puro estilo película de Hollywood. Al toque paró un camión chileno, y Ulises no tardó en regañarme: ¡No podéi’ hacer dedo en una subida! Sin embargo, me llevó hasta Santa Ana, donde me dejó en una estación de servicio.
Unos metros más allá, noté una camioneta verde de encomiendas, a la que me acerqué con la esperanza de que se dirigiera hacia el sur. El chofer me miró con desconfianza y me dijo que no. Agradecí y pegué la media vuelta, pero al rato me preguntó de dónde era, y ahí la certeza de que me llevaría se mezcló a la vergüenza de saber que sus preconceptos desaparecerían por el simple hecho de que era italiana.
Fue así que, efectivamente, Alberto cambió de versión, y me dijo que sí iba para allá, que estaba esperando a un amigo y que si éste no venía, me llevaría. Sin embargo, el tiempo de darme otra vuelta fue suficiente para que su misterioso amigo cancelara. Por lo tanto, me subí a la camioneta en la cual recorrimos un par de pueblos entregando sus encomiendas mientras él me enseñaba a cebar mate y me compartía sus visiones peronistas junto a unas tortas fritas. Me dejó en San Javier, donde una balsa me llevaría a Porto Xavier, al otro lado del río Uruguay, ya en tierras brasileñas.

El río Uruguay, frontera natural entre Argentina y Brasil
Recién había empezado a caminar, que paró un viejo que estaba conduciendo en dirección opuesta a la mía, pero que sin embargo insistió en acercarme al puerto. Y como éste quedaba a unos 4 km del centro, acepté con una sonrisa que no tardó en desaparecer de mis labios. Cuando el auto-tortuga del viejo baboso me dejó en el puerto y conseguí por fin liberarme de su insistente y asquerosa curiosidad sobre mi vida sexual, me di cuenta de que a lxs balserxs también les gusta echarse la siesta, y que el primer cruce sería cuatro horas más tarde. Sin nada más que hacer, aproveché el tiempo para escribir y buscar quién me pudiese acercar a Santo Ângelo.
Estaba llegando a mi cita intrafronteriza con poco más de tres horas de retraso. Después de unas cuantas peripecias hice mi ingreso en la terminal de ómnibus, y con el corazón que hacía más ruido que las campanas de una iglesia un domingo por la mañana, entrecerré ojos y lentes de contacto para enfocar a Joel.
Y ahí estaba, sentado en un banco con su inconfundible boina y un libro en las manos, el Ana Karenina que me regalaría unos meses más tarde. Se percató de mi presencia, y sus labios se abrieron enseguida en una sonrisa enorme. Me saqué la mochica mientras él cerraba su libro, y desconocidxs conocidxs, nos dimos ese abrazo que nos queríamos dar desde hacía demasiado tiempo ya.
Empecé a bombardearlo de preguntas, me moría de ganas de contarle todo sobre mi primer día a dedo, pero había tanto que decir que no acabamos ni un tema. Pasamos una eternidad buscando dónde comer algo barato y acabamos en un fast-food donde empecé a convertir mentalmente reales a dólares y a notar el (caro) paso de frontera. Empezando una larga renuncia a mi nuevo veganismo, pedí un xis vegetariano, o sea un sándwich en pan tipo hamburguesa relleno de queso, huevo, arvejas y choclo y una cantidad exagerada de kétchup y mayonesa. Y ya que estábamos de celebración, nos regalamos el lujo de compartir un litrão de cerveza.
Esa noche acampamos en un terreno en venta en una calle de concesionarias. Por suerte el día siguiente era domingo, así que como nadie nos vio saltar las vallas, también pasamos inobservadxs por la mañana. Después de un desayuno a base de frutos secos, caminamos hasta la misma estación de servicio donde me habían dejado el día anterior. En un par de dedos de poca espera, llegamos al centro de São Miguel das Missões.
Ese pueblo que hasta hacía poco era tan solo un nombre en un mapa, ocupa ahora un lugar especial tanto en mi memoria como en mi corazón. Bastaron pocos días para que lxs dos nos diéramos cuenta de que lo que compartíamos era mucho más que amistad, y las mismas estrellas que fueron testigos de la adoctrinación de los guaraníes por mano de los jesuitas vieron una linda amistad lentamente transformarse en una hermosa historia de amor.
Lxs que me conocen (y lxs que me leen) sabrán todo lo que significaba, para mí, viajar sola. La libertad, la aventura, la independencia de tomar decisiones únicamente para mí, de no deberle nada a nadie, ni tiempo, ni explicaciones, ni compromisos.
Sin embargo, hacía tiempo ya que pensaba en un compañero, sueño-pesadilla que me tentaba tanto como me aterrorizaba. La potencia de mis sentimientos me sorprendió y fue acompañada por el terror de lo que éstos significaban. Perder la libertad que tanto había anhelado, dejar de lado un sueño para perseguir otro, ¿era tal vez la peor idea del mundo?
Y acá era donde me equivocaba. Cuando pensaba que iba a perder mis alas, me di cuenta de que Joel iba añadiendo su par al mío, y de que juntxs podíamos volar todavía más alto.
Esos días fueron de los más felices de mi entera existencia, y espero, en estas líneas, poder transmitir lo mucho que viví y aprendí en las verdes tierras gauchas del estado de Rio Grande do Sul.
Mi ingreso al gigante latinoamericano no había sido, pues, por sus playas de postales, sino por las antiguas reducciones guaraníes donde los misioneros jesuitas se disfrazaron de buenos y evangelizaron a la fuerza el pueblo indígena. Si bien a lxs guías les guste relatar cómo la conversión y “civilización” de los pueblos nativos en comunidades autosuficientes tuvo lugar en el respeto de su lengua y cultura, una novedad absoluta, y siendo cierto que de haber caído en manos de otras órdenes de la Iglesia Católica lxs indixs se hubiesen convertido, en el mejor de los casos, en esclavxs, se trata de todos modos de una conversión forzada que duró desde mitad del siglo 17 hasta la expulsión de la orden jesuita y el consecuente abandono de las reducciones a finales del siglo 18.
Así bien, después de haberme paseado por las reducciones guaraníes en Paraguay y Argentina, me encontraba ahora, ni siquiera fuese una arqueóloga en misión, en lo que quedaba del legado brasileño de éstas.
Al llegar a São Miguel, nos dirigimos hacia la oficina de información turística, donde un simpático Dori nos propuso cuidar de nuestras queridas Osprey, y nos prometió conseguirnos entrada gratuita al espectáculo de Luz y Sonido de esa misma noche.
Todos los días, a partir de las 19 según la temporada, las ruinas de São Miguel se visten de colores, y la voz de la Iglesia se mezcla a la de la Madre Tierra en una hermosa reproducción de la historia de las reducciones. Y como lo gratis sabe todavía mejor, saboreamos cada momento de ese espectáculo obra del hombre y del viaje, en esa hermosa noche fría de mitad de noviembre.

Las ruinas de São Miguel se visten de colores
No solo nos enamoramos en São Miguel, sino que de São Miguel. Tardamos cinco días en salir del pueblo, cinco días que pasamos acampando al lado de las ruinas guaraníes sin hacer gran cosa que no fuese explorar perezosamente el pueblo y pasar tiempo juntxs, entre encantadoras antiguas fuentes misioneras y salones de té improvisados.

Fuente misionera
El primer día, Dori nos había informado de la existencia del Caminho das Missőes, una ruta a pie que pasa por los antiguos caminos misioneros que conectaban las reducciones jesuítico-guaraní. Una ruta de 324 km que empieza en São Borja y termina en el mismísimo Santo Ângelo.
Si hay algo que me encanta, son las peregrinaciones. Bien lejos de hacerlas por razones religiosas, ya que soy completamente atea, el puro hecho de caminar durante días o semanas, pasando de campo abierto a pueblos más o menos grandes, volviendo a la esencia de las cosas y teniendo como única preocupación la de caminar, comer y descansar tiene para mí una fascinación mística. Después de haber recorrido el Camino de Santiago en España y la Barborská Cesta en Eslovaquia, sigo soñando con un regreso a mis raíces a través de la Vía Francígena, que une Canterbury a Ciudad del Vaticano. Así que se podrán imaginar cómo me emocioné a la idea de hacer un camino parecido en Brasil y con qué nivel de felicidad constaté que no era la única entusiasmada.

Mapa del Caminho
No hizo falta que habláramos para saber que estábamos de acuerdo, así que pasamos los siguientes días intentando conseguir información sobre este camino. Parece sin embargo que, a diferencia de mis otras experiencias, este camino es algo privado, monopolizado por una agencia que regularmente acompaña grupos de turistas, proporcionándoles todos los conforts necesarios. Nadie parecía entender que no teníamos ninguna intención de pagar 2000 Rs (¡una barbaridad!) para seguir a alguien que nos dijera dónde dormir y qué comer. Queríamos ir solxs, y si de la agencia no conseguimos que nos proporcionaran ni siquiera el mapa, decidimos empezar a caminar y simplemente preguntar qué venía después en el camino.
Conseguimos salir de São Miguel el diecisiete de noviembre. Dos noches antes, habíamos conocido a Marioni y Vianei, una pareja de bailarines profesionales de bailes folklóricos que nos invitó a cenar en su casa. Pasamos una noche hermosa con ellxs y nos despedimos con la promesa de volvernos a ver.

Con Marioni y Vianei
Con la bendición de la mitad del pueblo, empezamos nuestro camino al revés. Decidimos salir de São Miguel y ver si conseguíamos llegar hasta São Borja, averiguando sobre la ruta etapa por etapa. Como salimos retarde, solo conseguimos avanzar unos pocos quilómetros antes de que nos alcanzara la noche. Una señora en la ruta nos dijo que había un viejo salón abandonado, y que podíamos acampar allá. La noche anunciaba lluvia, y sería bueno tener techo.

El cielo anuncia lluvia
Encontramos sin problemas el edificio señalado, y bajamos con alivio las mochilas momentos antes de que empezara a llover a cántaros. Nos pusimos a explorar el lugar que desafortunadamente estaba completamente cerrado, menos que por un cuarto vacío que debe de haber servido de urinario durante un buen tiempo, y unos baños que apestaban pero todavía funcionaban. Armamos la carpa y buscamos leña para hacer fuego, y nos cocinamos una rica polenta mientras la lluvia caía fuerte sobre el techo de lata. El primer día de Caminho había sido cortito, pero ya rico de emociones.
El segundo día amanecimos con sol, y nos tomamos el tiempo de cocinarnos unos huevos revueltos y disfrutar del encanto del club abandonado. Cuando por fin salimos, empezó un largo camino de tierra roja que nos llevó hasta el caserío de São Lourenço das Missões.

Las flechas amarillas señalan por dónde sigue el camino
Parecía que no íbamos a llegar más, pero después de horas de marcha, cuando ya la oscuridad se estaba apoderando del cielo y el sol empezaba a desaparecer para dejar espacio a la luna, pasó un hombre en moto. Le preguntamos cuánto quedaba, y éste, con aire muy alegre, nos dijo que casi estábamos. Al formularle nuestras dudas sobre la cena, nos tranquilizó diciéndonos que iba a encargarse de que el súper quedase abierto un poco más que de costumbre.
Antes de una subida que anunciaba ser la última (o así esperábamos), encontramos una casa que parecía abandonada. Nos desviamos de la ruta y nos asomamos por el camino privado que llevaba a la casa entre hierbas altas. Nos sacamos las mochilas y empezamos a explorar la que confirmamos ser una casa en desuso. Dejé a Joel armando la carpa y fui a buscar el súper miertas mi barriga ya pedía comida.
Y si de súper tenía bien poco, allá estaba la despensa abierta, tal como nuestro amigo nos había prometido. Él había aprovechado el horario de apertura extraordinario para tomarse unos cuantos vinitos más, y con la cara roja y la voz borracha me saludó alegremente, mientras el dueño me miraba con curiosidad detrás de la barra. No había mucho para elegir, pero conseguí comprar lo necesario para cocinarnos unos fideos, y ya que estaba un par de birras para tomar mientras hervía el agua.

La despensa de São Lourenço
La noche nos cagamos de frío. En más de una ocasión nos pareció escuchar ruidos muy cerca de la carpa, y al día de hoy seguimos bastante seguros que de alguna forma el caballo del vecino se había escapado para curiosear en plena noche.
Por la mañana, Joel forzó la cerradura del portón de la casa de madera, y pasamos el día haciendo limpieza debajo de un techo podrido que amenazaba con caernos encima. Armamos la carpa en el lugar que nos pareció más seguro, rehabilitamos el baño e improvisamos una cocina en la entrada. Hasta colgamos un cuadrito que encontramos tirado por ahí y colocamos unas flores de plástico como centro mesa.

Disfrutando de nuestra casita
Después de lavar nuestra ropa maloliente y de dejarla fuera a secar, salimos por fin a explorar el pueblo. São Lourenço das Missões es un conglomerado de casas construidas a los dos lados de la ruta que lo cruza. En total son unos mil habitantes, pero no faltan, por supuesto, ni iglesia ni escuela. Acá se encuentra el sitio arqueológico São Lourenço Mártir, antigua reducción guaraní que llegó a contar con siete veces tantos habitantes que el actual caserío.
Nos llamó la atención un edificio antiguo con un letrero CTG – Rodeio das Missões, y con discreción nos acercamos a la entrada. Una mujer mayor nos dio la bienvenida con una gran sonrisa, como si fuéramos viejxs amigxs a lxs que estaba esperando.
Nice nos invitó a visitar el Centro da Tradição Gaúcha, que administraba con orgullo. Antiguamente, pero no tanto, el CTG era el lugar donde los gauchos se reunían y organizaban bailes en gran estilo. Nuestros ojos recorrieron las verdes paredes en decadencia de un edificio que, con su letrero blanco, parecía no querer olvidar su pasado glorioso.
Niña en el cuerpo de una mujer de 69 años, Nice nos enamoró con su joyosa ingenuidad y su dulce sonrisa. Así las horas se fueron volando mientras tomábamos chimarrão, la infusión local de yerba mate de origen guaraní, y ella nos enseñaba orgullosa los dibujos y recuerdos de todxs lxs niñxs que cuidó bajo su ala de Mamá Gallina.

Un juego hecho por Nice con las pelotitas de viejos desodorantes
Nice nos contó que de pequeña vivía en una casa con piso de tierra. Su mamá solía repetir a sus siete hijxs que algún día vivirían en una casa con un piso de verdad, y contándonos esto, miraba orgullosa hacia sus pies de Cenicienta que, casi bailando, tocaban las baldosas marrones del piso del CTG.
Nuestra nueva amiga nos invitó a cenar, y nosotrxs le prometimos también que pasaríamos a despedirnos a la mañana siguiente.

Chimarrão
Caminamos embriagxs de amor bajo el cielo estrellado de São Lourenço, listxs para pasar una noche al calorcito de nuestra nueva casa, pero cuando fuimos a buscar la ropa que habíamos puesto a secar, nos dimos cuenta de que ya no estaba. Sin posibilidad de hacer nada tan tarde, nos acostamos dejando la preocupación para el día siguiente.
Por la mañana de nuestro cuarto día de Caminho, buscamos nuestras pocas pertenencias por todo lado sin encontrar rastro ninguno. La idea de que alguien nos hubiese podido robar nos parecía tanto absurda como mezquina, y si bien Joel ya tenía humo que le salía de las orejas, yo intentaba buscar una explicación razonable. Pasamos la mañana preguntando por el pueblo, encontramos la casa del hombre del caballo que nos indicó la nueva casa del dueño de nuestra tapera-castillo.
En un pueblo donde todxs conocen a todxs, no nos fue difícil dar con la casa de tal Bugre, mientras más difícil fue admitirle a su mujer que llevábamos dos días acampando allá. Nos costó convencerla a que llamara a su esposo, quien le dijo que había encontrado la ropa y la había tirado al gallinero. Agradecidxs y con la cola entre las piernas, fuimos a buscar nuestros trapos queridos que el señor Bugre no podía saber que pertenecían a dos mochilerxs acampadxs detrás de la puerta cerrada de su casa que se caía a pedazos.
Felices como niñxs el día de Navidad, calzamos las mochilas y volvimos a nuestro camino de tierra roja. Era el 20 de noviembre de 2017, y recién cumplía un año de viaje.
El camino continúa…
Veo que se te pegó el acento Argentino ! Jaja
Espero que te complazca más que mi vocabulario rebuscado de la última vez, Ale! 😉
Te lo dije. . . tienes un acento argentino muy marcado jaja.
…o muy mezclado 🙂 ¡Un abrazo, Esteban!
Tremendo placer leer tus palabras. Qué alegría sentirte tan feliz. ¡¡. Ojalá algún día tu vuelo…vuestro vuelo, pase por estas tierras y pueda volver a darte un abrazo. No dejes de contar tus historias. Cuídate niña. Cuidaros. ¡¡
Gracias, querido amigo! No tengo dudas de que nuestros caminos se volverán a cruzar. Ya vas a poder seguir mejor el blog, ya que voy a estar escribiendo y traduciendo a la lengua de Cervantes. Un abrazo desde el hemisferio sur!
¡Me encanta lo que y cómo escribes! Con ese mestizaje de acentos y palabras. Estoy ansiosa por leer la continuación!!!!!
Gracias, Cris!! Es la mezcla de los países por los cuales he vivido y viajado, y de la gente que he conocido! Ya pronto voy a publicar la segunda parte, y a constestar a tu whatsapp también jeje
Un bacione dal tuo occhio ceruleo 😉
Maravilhoso Sabellissima!!! Que bela história essa e que blog… tão inspirador! Aguardando pelo próximo capítulo 🙂 Um grande abraço!!
Oi Sacha!! Qué bom ouvir de você! Muito obrigada querido, ja vai chegar o segundo capítulo. Beijo grande e tudo de bom!